jueves, 20 de abril de 2006


Telaraña sobre la esquina medio olvidada, guardé los últimos papeles en la caja para no olvidar (o junto a las cosas difíciles de dejar) a pesar de esa voz que mira de reojo y ve demasiadas cajas en el placard.

Insomnio de otoño que descreyó todo amor de verano y siente las gotas chocar en el techo de madera, sensación semi-imaginaria de que el mundo podría ser alguna vez, que se deshace con la luz del día y se desparrama escalón por escalón, hasta el piso de más abajo, hasta la calle. Hasta que se lo lleva el viento confundido con las hojas.

Despertar olor a mate lavado para sentir más fuerte el sabor de las miradas dormidas, para escuchar más lejos el grito de los pies arrutinados. Para desplegar los sentidos en la dirección de ninguna parte y recibir toda esa esponjosa respuesta de palabras desgastadas por el repetido uso en el tiempo.


La media tarde me llena de luz, que viene de pronto desde el final de la cuadra y me atraviesa sin previo permiso por el centro de los huesos, abriendo un enorme agujero frente a mí. Posibilidad infinitesimal de abrir los ojos.

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