miércoles, 26 de abril de 2006


Cosas que no son ni efímeras ni recientes

Hay cosas que no son ni efimeras ni son recientes. Son cosas como esas de todos los días. Como darse un baño. Si lo pensamos bien, un baño puede parecer como cosa de unos minutos y chau (aunque hay quienes se toman esos minutos muy tranquilamente), pero si sumamos todos los minutos que nos pasamos y nos pasaremos parados solos bajo una ducha a lo largo de nuestras vidas, bañarse lleva una eternidad. Por otro lado, no es costumbre de los últimos días ni mucho menos de los últimos meses: Desde antes de que tengo uso de mi razón, hubo una persona (supongo que habrá sido mi mamá) que decidió mandarme a la bañera para inculcarme esto de la higiene y la limpieza personal.

Son cosas como las que conciernen al cielo. La lluvia, por ejemplo, puede ser mencionada bajo un adjetivo como una lluvia efímera (en el caso sería un momento de lluvia que ha durado poco), pero esas gotas infinitesimales que caen lenta o rápidamente hacia abajo (hacia dónde más se puede caer sino) no son más que una parte de aquello que todos aprendimos de memoria alguna vez: el famoso ciclo del agua. Que tiene todo ese sabor medio amargo por su estandarización tan poco significativa, pero que en el fondo esconde una filosofía muy simple e interesante: que todo escurre hacia el final, sencillamente para empezar de nuevo a escurrir. Por otro lado, como en todas estas cosas que son asunto de la naturaleza, podríamos pensar que empezaron cuando un hombre alguna vez las nombró, aunque sabemos bien que siempre han sido y serán.

Son cosas como los sentidos. Como esa vez que subió una mujer al colectivo con una macetita con un malvón y al instante me transprté al cantero de la casa de mi abuela, que tenía caracoles y al parecer malvones en cantidad... como esa esencia que hace al poeta escribir sobre la piel de una mujer con el simple hecho de mencionar el aroma del durazno. Es eterno el sentimiento del tacto sobre el pasto y el olor a gotas de rocío, el sonido de los pies que suben unas escaleras o que parten las hojas secas en la vereda, la luz que entra en los ojos al salir el sol es eterna. Por otro lado; los sonidos, los olores, los colores y las sensaciones que alguna vez mis ancestros y los tuyos escucharon en algún remoto, en otros continentes tal vez, están guardados en mi memoria más inconsciente y producen esos escalofríos que nunca sabremos de dónde vienen.

Son cosas como ruborizarse, bajar la vista, sentir temblar las manos y palpitar el corazón, como gritar muy fuerte y como salir corriendo sinsentidamente, son todas esas cosas que no se pueden explicar, porque solamente son. Podríamos ponerle nombres que aparecen en los diccionarios y en los mejores cuentos de hadas: alegrías, tristezas, odios, sonrisas, dudas, euforio y etcétera y etcétera. Por otro lado, el amor.

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