Sentir el instante, la sangre
apretando el pecho. Memoria y deseo reunidos en un pedacito de aire, que entra
y sale. Ya no soy la misma.
Sentir quién soy. Una mujer que
apenas descubre la vida, la fragilidad de los días y de las palabras. Una
persona que ríe casi siempre y llora casi a solas. Amante hasta las estrellas
pero con fallido amor propio (¿qué amor será entonces el que escribo?). Lluvia
con sol, casamiento de una bruja, viernes 13. Manos verdes que saben de plantas.
Palabras repetidas para distintos instantes, palabras repetidas para un mundo
que muta.
Saber que algo de mí depende de
mi trabajo, de mis ideas y de mi autodisciplina. Saber también que todo eso
depende de mi corazón, de la posibilidad de transitar alegremente el tiempo. No
olvidar lo bien que hace bailar, soltar la carcajada o caminar en la montaña.
No olvidar lo que me gusta de
cada persona, lo que amo de cada persona. Pero saber con certeza que en el
camino estoy sola. Con mi fragilidad y mi risa, con las palabras, el sol, la
lluvia, los viernes y las plantas. Olvido repetido que muta. Sentir, sentir,
saber. Sacar la fuerza de donde parece no estar.
Y seguir caminando.