martes, 15 de enero de 2008

En el Bosque


Dormí muchas horas y desperté en un sueño. Un sueño-revoltijo que esquizofrénico se tiñe de rosa y se cae a pedazos bajo el peso implacable de una pesadilla... hasta que vuelve a producir un destello sobre el agua.


Abro los ojos y miro a mi alrededor, palabras eternas que crecen desde la tierra y acarician el cielo, el viento. Sonrisas de colores que brotan en los rincones, perfumadas, retorciéndose para alcanzar la luz. Miradas que revolotean por mi cabeza y juegan con el viento, que pican y asustan o que sorprenden y maravillan.
Dejando que las ideas vuelen junto a las copas de los árboles, empiezo a creer en ese otro mundo que subyace en la tierra al hombre.
El bosque habla despacio.
Se sacude al unísono cada árbol y el sol se cuela entre las ramas, entre las hojas, creando pequeñas bóvedas de luz, claros donde el verde es más fosforescente que en cualquier otra paleta. El camino surcado por troncos muertos, huesos de antepasados que marcan la huella, que obstaculizan, que se hacen ver porque algún dia estuvieron danzando pero aún hoy no dejan de ser bosque.
Camino. El camino y la caminata. Allá al fondo de mí, la tierra está caliente y la suela de mis zapatillas me queman. Había olvidado esa sensación, la de la planta de los pies... así como se olvida también la luz del sol y el viento.
Mi fidelidad aumenta paso a paso y pronto siento que puedo creerlo todo: soy un árbol más, en el bosque; debo escuchar lo que dicen mis compañeros asi aprendo a bailar al unísono; puedo crecer con la tierra bajo mis pies, sintiendo su fuerza, con los brazos hacia arriba, confiando en los sueños, y con las ideas al viento, escuchándolo y permitiendo el cambio de rumbo.







Hasta que el bosque se interrumpe y el viento sopla más fuerte de ese lado. El desierto se abre paso entre los mochones, entre mis compañeros descuartizados. La sequía se ríe a carcajadas y baila sola en su locura.
Techo de chapa y paredes de telgopor, la sociedad se derrite bajo la presión que aumenta en la olla.
¿Quién me creería que se puede sentir bosque?
El camino del trabajo se ha vuelto tan penoso que no dignifica, miente. El frío que carcome las tumbas y ya ni los huesos están para encender un fuego, para tener una lucecita que figure un claro. Claro que nadie piensa en que La Sequía tenga la culpa. El vecino es más culpable por haber olvidado su parte en la danza, por haberme quitado el último hueso, por haber cortado el camino. Ese viento que sopla fuerte y no llegamos a ver desde dónde viene... nadie le presta atención, es tanto el olvido que recuerdan que siempre fue así. ¿y acaso se equivocan?


Un joven mapuche murió asesinado por la policía chilena, porque luchaba contra el viento y la sequia. Porque recordaba a sus compañeros árboles, encerrados en la maderera -en el matadero- que ya no comen porque no sienten la tierra con los pies. Porque hasta eso les robaron.
Siglos de fuertes vientos... alguna vez las cosas fueron diferentes aunque nuestra memoria esté gastada de intentar evocarlas. Todavía pueden serlo. El camino no está más, pero si nos apretáramos si escucháramos seríamos más bosque, seríamos más claros de luz, más huellas sobre nuestros antepasados (los originales, obvio, dueños de la tierra).