lunes, 17 de octubre de 2011

MÁQUINA-ÁRBOL


(12 de agosto de 2011)

La sangre por fin fluye para afuera. El río empieza a moverse lento, dibujando curvas en mi territorio. Descanso. Escuchar más la vibración de las cosas, escuchar más para decidir más minuciosamente, como un experto archivista descifrando el significado escondido de las letras borradas por el tiempo, el corazón agudiza su ritmo para llevar la sangre a aquellos lugares más necesarios, para prestar mayor atención a los indicios del cuerpo, ésta máquina-árbol que parece artificial pero de manera externa, y es artificial tanto como el interior.
Es todo máquina que danza y grita en la tierra de los edificios. En el bosque de cemento donde se elevan las montañosas autopistas. El cuerpo y la cabeza son máquinas y maquinarias. El corazón es maquinista. Pero a veces se distrae y olvida, como si existiera el automático, y las máquinas andan solas o acompañadas, pero desvestidas de sentido… errantes, girando en torno a un eje invisible… circulando por un circuito cerrado.
Se chocan entre sí, se chocan con las paredes de los árboles-edificios. Se tropiezan consigo mismas o se quedan quietas, sin baterías, esperando que el corazón enardezca, levante los pies y los brazos, corra hacia ellos como en un sueño a través de las nubes, las abrace, las atraviese, huela sus engranajes saturados de grasa y desatornille de a poco las articulaciones, inyectando sangre, invadiendo el espacio vacío, inundando con risas y llantos los circuitos dedicados a problemas técnicos.
Entonces las máquinas recuerdan su condición de árboles, dejan que sus manos se sacudan con el viento y que sus sonrisas floten de flor en flor en primavera. Aceptan que algunas cosas viejas se caigan en el otoño para disfrutar de la desnudez del invierno y de paso tener excusas para pedir más abrazos. Las máquinas-árboles se riegan con el agua de los besos en verano y extienden raíces y dispersan semillas y se comunican con el bosque a través de los sentidos, del temblor en la piel que produce el encuentro.
Así es que el cemento se parte, se descubren los colores de las hojas, los callos del tronco, las vueltas de los ramajes hasta encontrar el sol.
La tierra se fertiliza y allí donde quedó una grieta crece una nueva máquina, verde, rebelde y con el corazón palpitando lleno de savia.

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