viernes, 17 de marzo de 2006

Tiré las llaves por la ventanita y me fuí. Mis ojos en el espejo intentan decirme algo pero no quiero escuchar. Ya está tomada la decisión. PB en rojo. (La puerta a la calle por suerte estaba abierta). Sólo llevo conmigo una mochila amis espaldas... y a mis espaldas un mundo entero quedó atrás.
Buenos Aires llueve. Las calles se visten de paragüas y en el café se ocupó la última mesita. A través de una fotografía puedo ver el mar soleado, colgando de un cartel por encima de las avenidas.
Mis pies siguen un rumbo que todavía jno descubrí, suelen hacerlo a menudo. Mi cabeza intenta seguirlos pero se queda perdida en un puesto de diarios una cuadra atrás... y se va por otro camino que da vueltas y vueltas por adentro de ella misma.
Alguien más tenía las llaves, estaba segura, por eso cerré así. Sólo había quedado una notita sobre la mesa del comedor y restos de un desayuno en la mesada de la cocina. Un gracias y otro beso en la posdata.
Ahora las gotas se hacen más gruesas y sé que es inevitable empaparme por completo, así que decido disfrutarlo (miradas desde un negocio y paragüistas esperando en el techito de la esquina que observan cómo me mojo y sonrío de todas maneras, pensando uno vaya saber qué. Gente que juega carreras por las líneas blancas frente al semáforo). Un trueno se escuha por encima del goterío que irrumpe en el bullicio citadino. Tengo frío, pienso.
Preguntado direcciones. Entro al ciber con la lluvia aún corriendo por mi ropa, el pelo, la cara. Se mojó un poco el cuaderno. Las teclas empapadas pocas noticias tienen y sólo reciben un poco de ese calor lejano (ese que llega entre líneas desde alguien que te quiere), lo suficiente para continuar el día. Nada mal.
Aunque ahora paró un poco, sigue cayendo el agua (pero como siempre cuando se tiene mucho, ahora parece que es demasiado poco y realmente no molesta). Buscando direcciones. Nunca un mapa... de todas formas se llega.
Volviendo (o siguiendo en el camino que me aleja), el único camino que conozco es por el subte. A pesar de que afuera hace frío, ahí el calor se condensa y dá la sensación de estar en un horno. Los escalones mitad agua mitad barro son transitados infinitamente a una velocidad que me desorienta. Un viaje, gracias. El molinete. La tele mostrando imágenes de Bariloche. Un túnel sin fin en el que se asoman dos luces a toda velocidad.
Ahí por abajo de las calles, por debajo de tantas personas y tantas cabezas, ¿estaré también transitando por debajo de sus ideas? Las historias se suceden por encima del mundo subterráneo, las casas continúan su vida diaria sin pensar en las miles de ideas que transcurren bajo sus narices (bajo sus pies también).
Busco en mi mochila y sacó un librito verde y leo. "pequeño (des)conocimiento entre un pez y una niña". Las palabras se hunden en mi cabeza. Las luces pasan rápidamente. De reojo (no puedo evitarlo) escruto a cada quién que está sentado en el mismo vagón. También a cada cual que está parado y me pierdo unos segundos de la lectura imaginando fantásticas historias sobre sus desconocidas -para mi- vidas. Este lugar me hace pensar. ¿Pasará lo mismo en cada uno de ellos?
LLegando al final del recorrido, la voz en el parlante me desvía la atención dos segundos antes y llego casi a tiempo a guardar el librito y salir. Subo a la calle como todas las cabezas adelante mío que avanzan lentamente en la escalera mecánica, parece un camino al matadero. Me perdí. No sé para qué lado de la avenida tengo que caminar y sin embargo no me importa mucho.
Preguntando direcciones, siempre termino en el mismo lugar. Camino sabiendo que hacia algún sitio me dirijo (mis pies suelen hacerlo).
Cruzo una esquina y el cartel indica que hay que doblar. La calle sube hasta llegar a la esquina. Un rincón guardado en un bonito barrio, rincón donde suceden aún historias de hadas (y digo aún porque estas historias ya están olvidadas hace tiempo en este mundo de cemento, en estas tirerras que alguna vez fueron verdes y contaron secretos en las noches estrelladas). Una sonrisa aguarda detrás de la puerta y eso me alcanza para continuar (nada mal).
Desde la ventana (desde adentro hacia afuera) se ve todavía la lluvia. Seguimos en la espera.

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