miércoles, 22 de marzo de 2006

Otoño 2005

El otoño es un mes marrón y rojo, es caída y soltura, mlancolía y a la vez despertador de pasiones. Se me cae de todo cuando camino por las veredas y ese constante movimiento me distrae (aún más si eso es posible) de la memoria. No puedo retener ese hilo que justifica el divagar de una mente a lo largo de una caminata. La plaza, los árboles, las hojas. Se vuelven un túnel que me aisla del resto de la ciudad: veo el viento entre las ramas de un árbol semidesnudo, el sol brillando en el pasto húmedo, una pareja en un banco (más aislados que yo). Cruzó el semáforo, la calle, los autos y las hojas. Las luces y colores se pierden en el horizonte, marcado por una plaza circular. Espero en la esquina y me pregunto cuánto esperaría hasta que me olvido, culpa del otoño, de pensar en los relojes externos y sigo caminando para empezar a pensar (y por lo tanto y también por desgracia para empezar a olvidar) cosas nuevas o viejas ya pensadas y dejadas latentes en el cajón de cosas sueltas. Pienso en pensar en el olvido: me esfuerzo en continuar, pero las hojas me llevan a dar una vuelta en ronda y lo dejo para después ¿para cuándo me pregunto entonces? Ya me olvidé. Me acostumbré a vivir en "el país del nomeacuerdo".
Internándome dentro de mí, buscando. Confío en la posibilidad de soñar gratuitamente, a pesar de todo. Al menos en otoño, aprovecho la estación indecisa (mitad tibia-mitad helada) para despojarme de las palabras secas. Hojas en todaspartes, el sol y la sombra en todas las veredas y las calles cubiertas por ellas, escondiéndose del viento que asoma desde el cielo y juega con los árboles y con las copas y que pronto vendrá a llevarse todo (o casi: el resto queda para la lluvia).

No hay comentarios.: