No soy
un poeta
cómo
ese que usted imagina,
con la
mirada apacible
dedicada
a contemplar
el
atardecer
desde
la plaza de un arbolado
e
histórico barrio. No.
Miro la
luna que se recorta entre los edificios mientras avanzo a bicicletazos entre la
caravana de autos que inunda la ciudad a las 7 y media de la mañana, la miro y
miro el espacio que me queda para pasar y veo mi aliento blanco nacer a través
de la bufanda.
No soy
ese poeta
romántico,
que
endulza como miel
las
palabras
y sabe
rimar delicadamente
amor
con dolor
en un
solo verso.
No se
crean. Soy corazón que sangra ríos turbulentos, desparejos, atropellados y por esto
inverosímiles. Me choco contra mis palabras constantemente. Tengo más heridas
que un tronco de árbol, pero nadie ha grabado un corazón en mis pies con mi
nombre.
No soy
aquél hombre
revolucionario,
que
blande su pluma
como un
fusil
y hace
hervir las nieves
de la sima
capitalista.
¡no
señor!
Miro
mis pájaros-palabras escaparse de mis dedos y mi tinta, sin ser más que
estrujadas emociones cotidianas, ingenuas presunciones de vuelo que desconocen
la diferencia entre ser y estar, sólo viajan camufladas en un alfabeto. Pero
libres y copyleft.
Pero
sepan,
además,
que no
soy un poeta,
porque
soy pájara
soy
colombina
y en
mis ojos soy ana,
de
cualquiera de los dos lados.
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