miércoles, 9 de noviembre de 2011

Miércoles alrededor de las 3 AM. 09 de marzo de 2011

El último estruendo fue inmenso. Tanto como para que me saque lo auriculares. Me levanto del sillón, haciendo crujir un poco mis huesos, y cierro la Notebook. Afuera hay tormenta. Una grande, y sin pensarlo dos veces agarro mis llaves y salgo hacia afuera, tratando de no hacer ruido. No hay nadie en la calle, pero es obvio, ¿Quién sale un miércoles a las 3 de la mañana con un temporal como éste? Más en esta parte de la ciudad. Me quedo en el portal de mi casa, al resguardo de la lluvia, mirando hacia el cielo. Casi no se ve, por los árboles y las casas. Me olvido del miedo al frío y empiezo a caminar lentamente, descalzo como estoy, hacia la esquina. Las gotas me empiezan a abrazar. Al principio es como si no me mojaran, pero de inmediato siendo como la camisa se empieza a adherir a mi espalda, como el agua se escurre entre mis ojos, nariz, boca, mentón, cuello, todo para hundirse, no, para fundirse con mi cuerpo y el suelo y todo lo que me rodea. En la esquina sonrío. Como un gran hueco en el medio de la jungla. Camino hasta la mitad de la calle, justo en medio de donde cuatro calles se cruzan. No hay nada hacia ningún punto cardinal. Es demasiado bello.
El cielo se tiñe por segundos de luz, algunas veces llego a ver como esas delgadas líneas llamadas truenos bailan por las nubes, cegando este mundo y ensordeciéndolo después. Y me concentro en mi alma, más precisamente, en aquellos que alimentan mi alma. Pienso que estoy solo bajo la tormenta. En ningún lado mira hacia arriba a las 3 de la mañana, un día miércoles como cualquier otro. En este pequeño mundo que existe únicamente bajo la lluvia, estoy solo. Adentro duerme un alma que es Guía en la mía. Más lejos, una que siempre estuvo. Y mucho más lejos, descansan, probablemente sin lluvia, aquella que parece ser mi Compañera Utopía, la otra que es una Cadena Ígnea, esa que es mi Conexión a Tierra, y muchas otras que llenan mi cuerpo de energía. Son mis razones de existir. y aún así, ninguna está bajo esta misma lluvia. Una gota salada llena de nostalgia se pierde con el resto del agua.
Pasó un auto y fingí caminar tranquilamente. Pero no pude volver. Me volví a quedar petrificado en la esquina. De repente ya no me sentí solo. Y entendí que debajo del diluvio, no había nada. No había tristeza. No había dolor. No había amor. No había recuerdos, ni tampoco sueños. No había calor o frío, no había certezas ni planes. Desaparecieron los cuerpos, inclusos sus besos, no más anclas ni alas. No había nada. Nada, excepto agua. Todo agua. Gotas, charcos, mínmos ríos, desagües. Personas fundidas con el agua. Yo no existía abajo del diluvio. Y si yo no existo, nadie existe, porque si alguien lo hace es irrelevamente para mi que no lo hago. Y no puedo entender ese razonamiento. Por un momento sentí paz, pero en cuanto esa sensación se conviritió en palabras, en esas mismas palabras que acabo de recordar, un escalofrío me trajo de vuelta a esta realidad. Cuando dejé de ser piedra mi cuerpo se sacudió de frío.
¿Cuánto tiempo salí? Ni idea. Entré en la casa, aunque todavía con escalofríos en mi espalda. Mejor agarro de vuelta la Notebook y escribo lo que acaba de pasar...

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