lunes, 15 de agosto de 2011

ántropo/parte 3

Se acercaba el amanecer, y él caminaba ebrio por la ciudad. Pero, a diferencia de las tantas veces que volvía del antro de Juan en su ciudad natal, o como tantas otras en mucho lugares, no había tomado una gota de alcohol, ni fumado ni una bocanada de sus cigarros baratos. No se tambaleaba ni hablaba solo, no se consumía dentro de su soledad ni acarreaba el peso de sus arrepentimientos. Caminaba tranquilo, despacio(y eso que siempre camina muy rápido), observando la nueva ciudad que lo miraba medio dormida. Fue en una noche que entendió muchas cosas. Su borrachera era de puro orgullo, y finalmente dejó de ver a su alrededor a los distantes ántropos. Sabía que ahora no podía ser tan diferente. El charco terminaba de fluir para ser parte de algo más.
Pasaron cosas en medio. En realidad, cuatro importantes. La primera fue hartarse de la tristeza, pero no en un sentido pobre y mental, sino el deseo de repeler físicamente los estímulos externos que le causaban dolor. La segunda, fue la decisión de alejarse del entorno que lo había visto crecer y lo veía muy seguido deambulando al amanecer. Solo. La tercera, fue una pelirroja que tuvo la bondad de sacarle el polvo a sus huesos, la que fue capaz de quererlo a pesar de su cuerpo decrépito y magullado, de realmente regalarle un pedazo de ella sin temor. La sangre fluía mejor gracias a ella. Y por último, fue una Doncella, pero ésta era diferente. Es la que baila en su mente y cura sus ideas.
Esa noche recibió elogios. Mucho, y realmente gratificantes. Se había visto rodeado de un grupo de ántropos que lo miraban con respeto, con sonrisas, con reconocimiento verdadero. Y tanto duró ese calor que lo sentía en el amanecer. Se sorprendió a sí mismo pensando en que finalmente era un ántropo cualquier. Una parte de un mundo. Durmió sonriente. Al despertarse, llevó una silla afuera de su casa y contempló el atardecer, pensando. No sabía qué era. En realidad, nunca lo supo. Se había mirado a través de humo y alcohol, también en los ojos de un puñado de seres muy queridos, se había buscado a sí mismo en las montañas, en la ciudad, en la playa, en los bares, en los hospitales, en las casas de extraños... Y siempre salía con una respuesta a medias, convincente pero temporal. Y ahora estaba feliz. Ahora era feliz. Ahora lo miraban con calidez a los ojos. Ahora le estrechaban sus manos. ¿Quién era ahora? Pero por primera vez no le interesó. Si era un ántropo o un charco o lluvia o viento. Ahora caminaba sin esfrorzarse en no hacer ruido, ahora se quitaba las plumas y dejaba ver su piel. Era hora de dejarse ver ante el mundo que lo rodeaba.

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