jueves, 3 de marzo de 2011

Confesión (bajo un techo de estrellas, una noche de viento sur)



Haré el intento de describir qué es lo que me sucede. 

Me siento confundida. A ver, como tantas otras veces, me paro en medio del camino y empiezo a mirar para todos lados, de repente ya no hay camino sino selva, o desierto o bosques que se elevan a mi alrededor y la luz del sol se me acerca a través de callejones que nacen entre las ramas en la altura. De pronto mis pies son raíces, son piedras calientes a la orilla del mar, son ojos y también son aire, pequeñas gotas de rocío que se espiralan alrededor de la nada. Como tantas otras veces, me pregunto cuál carajo es el motivo de ser sirena, de andar descalza o de volar bajito. Cuál el sentido de las espirales sobre mis propios intestinos, cuál el de los dedos extendidos al infinito. Las palabras flotan como colibríes veloces, hambrientas de pensamientos fugaces, de recuerdos refulgentes y de deseos improbables: discursos estereotipados, obtenidos de las enciclopedias y de los tratados eternos de vida razonada; se disputan en el aire con los discursos frágiles de los sueños, pedacitos de espejos, de piedritas de colores y caracoles de ningún lado.

Pasión y pociones mágicas. La pasión tal vez la vida misma, el aire que huele más rico en otoño, los árboles que se escapan del cemento al cielo, los ríos que nacen –profundos- en el vientre de la montaña, el amor que me abraza a la mañana y convierte el despertar en un nuevo sueño, el fuego que danza alrededor de mi cuerpo, la historia del mundo y de los sentimientos que en él habitan. Pociones mágicas que se apilan en la cocina de mi alma, recetas de las secretas y de las que son placenteramente compartidas, brebajes dulces y amargos que chocan sentidos bajo la luna llena, pedacitos de papel repletos de tintas y acuarelas, repiques dentro del corazón, cueros que se arquean en la planta de los pies, purpurina de colores en la almohada.

Enciclopedias eternas que me asoman a las ventanas de otros vecindarios, a veces indiscretas, a veces mentirosas, siempre se aparecen frente a mi (o me encuentro ante ellas, las ventanas) con un espesor delgado que parece ocultar la fragilidad de lo lejano: cuántas de esas ventanas muestran el interior de la vida misma es algo que no puedo comprender del todo. Mirar por ellas es fascinante. Puedo sentir que algún día construiré mi propia ventana y puedo creer que será diferente, que estará abierta de par en par y sus cortinas serán de flores. Una ventana al infinito que invite a pasar a cualquiera, que proponga el fin de las ventanas finitas.



Me doy cuenta de que algo me ha pasado verdaderamente luego de que ha pasado un tiempo de aquello que sucedió. Pasar refiere a una acción, a una idea, a un sentimiento y hasta a una intuición. O a cualquier collage de un poco de esas cosas.

Por ejemplo, entre tantas otras cosas:

Me ha sucedido la montaña.
Me ha sucedido la murga.
Me ha sucedido la antropología.
Me ha sucedido el amor.

La montaña como la antropología son largos caminos, por momentos áridos y por momentos verdes y caudalosos. Caminos que enseñan tantísimo y que se pueden volver a recorrer y descubrir lo que en ellos se halló en un viaje anterior. Son viajes constantes sobre unas huellas de alguien que ya los transitó. Senderos marcados en el mundo porque fueron considerados un posible camino para llegar hasta arriba. Llegar arriba en la montaña es llegar abajo de la cúpula de las estrellas, es descubrir lo pequeña que soy en el universo y lo valioso que es mi cuerpo, mis piernas que me llevaron hasta allá… llegar es empezar de nuevo.
La murga y el amor son vuelos eternos. Su huella no marca caminos sino paisajes. Aquello que se ha recorrido es hoy una mezcla de aromas en la piel, una onda de vibración en la sangre, un destello en los ojos abiertos y un cascabel en la sonrisa. Podrían no volver jamás, pero nunca se habrán ido del todo. Son tan parte de mí como lo son mis uñas y mis callos en los talones. Puedo cerrar los ojos y girar, elevar los brazos, saltar, mojar mis labios y abrir por completo cada uno de mis poros -puedo sentir la murga y el amor adentro mío- pero no pueden sucederme con un simple recuerdo grabado en el cuerpo y el corazón: hace falta un bombo, una mirada cómplice, unas manos agitando el cielo, unos pies retumbando sobre la tierra, una voz gritando ¡libertad!, un par de ojos que se cierran con un beso, un cuerpo que me otorga su peso, una mano alrededor de la cintura, un adiós y un encuentro, un día de sol en la plaza y una lluvia torrencial que nos agarre desprevenidos.



Hoy me ocurre que no sé bien qué sucede realmente. Hasta dónde la imaginación se lleva el aire de mis pulmones, hasta dónde la ciudad me obliga a circular por las sombras. Sociedad y Soledad. Un subibaja de decisiones que me tiene como pivote. Una autoridad que reclama ser autoconstruida, que  indaga discursos y separa. Separa-me de mí. Separa mis sueños de mis realidades. Una yo que aún desconozco y que aún no puedo decir que me ha sucedido. Porque está en el camino, pero el camino se ve desde arriba, desde lejos o desde algún otro punto de vista, pero tengo puestos los anteojos, tengo un gorro que me hace mediasombra, un corazón que late impaciente y unos pies que no se permiten descanso. Mi propia autoridad sobre mi ejercida, señalándome con el dedo como no se debe. La miro y veo lo fea que se ve. Hasta que la pierdo de vista en el azul del cielo entonces ya no se cuál de las dos, de las tres, de las mil, está mirando y cuál está señalándome con el dedo.

(aquí llega la parte en donde todas me aborrecen, todas me parecen inútiles y tan falsas como la realidad, hasta los sueños son mentiras de las otras caras de mi misma, hasta los recuerdos son puras hojas de margarita jugando al me-quiere-no-me-quiere, hasta el amor es un arroz con leche que se pega en el fondo de la olla y la última cucharada sale negra y con mal gusto, hasta la antropología es un teatro de marionetas donde juego a la cenicienta)



Entonces me vuelco desesperada a este teclado, pequeño refugio que también se pone en duda, pero cuya noble tarea de registrar esta locura lo salva de toda hoguera.

 Quise intentar describir lo que me sucede. No se qué me ha sucedido. 


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