domingo, 20 de marzo de 2011

Búho

Antes, cuando tenía frío, me abrigaba. Y prendía luces en la noche, y me alimentaba de comida normal. También me refugiaba en el calor de los cuerpos, y dormía pensando en las charlas que había tenido en los últimos días. Pero hoy no es nada de eso. Hoy, ayer, y también mañana, las cosas cambiaron su forma, la naturaleza de mi existencia se vio transformada. No importa el porqué, es un libro perdido y un casette destruido. Es pasado, y el pasado es memoria, la memoria es subjetiva. Una carga que todos llevamos, para bien o para mal. Es por eso que mi piel se enfrió. Es ahora que me siento envuelto en la brisa helada que se escurre a mi alrededor, encuentro la paz en esa gélida corriente que calma mis calambres, obtenidos por mis pasos en esta tierra tan inestable. Mis ojos se acostumbraron a la penumbra nocturna, a esa magia invisible que atrapa y atrae a las personas, mediante sueños, risas, caricias, incluso arriesgo pasión. Es la noche que nos ofrece con generosidad su vientre para que nos olvidemos del mundo con sus luces cegadoras, abrasantes e interminables, todo con el precio de morir junto al alba, de que el clímax se esfume en su mejor momento y nos demos cuenta de que la energía deja de fluir en nuestras venas, dilatadas por el placer oscuro de estar bien. El último sabor que nos deja es la promesa de volver a nacer más tarde.
Mi alimentación consiste en almas. Humanas. Las devoro con la ambición característica de la juventud, con obvios agregados personales. No tengo remordimiento porque me siento muy distante a todas esas almas, no porque sea diferente sino porque estoy en una curva diferente. Lo hago por necesidad, no tienen un sabor particularmente agradable pero me mantienen vivo. O existiendo al menos. No es necesario quitárselas para tenerlas. Simplemente me acerco, no mucho, sin hacer ruido, finjo estar pensando en cualquier otra cosa, incluso otorgo algún saludo cordial acompañado de una leve sonrisa, para parecer más antropomorfo, y cuando voltean el corazón a otro lado muerdo su existencia. Uso los labios primero, para suavizar el impacto y anestesiar el paso de los dientes. Y sigo caminando, masticando levemente para disimular. Eso es todo. Una pequeña parte de una vida que nunca voy a conocer, ni probar nuevamente. Pero es suficiente para seguir caminando.
Ya no busco el calor de los cuerpos, porque quema demasiado. Me refugio en la tibieza del sentirme parte de otra persona, saber que existo en otro mundo que no sea el mismo. Aunque sea un extra, estar en la película es suficiente. Porque no aparezco en los créditos, ni reconocen mi actuación, pero aún así yo puedo verme y sonreír y señalar y decir "ahí estoy". Son esos placeres pequeños y que te pueden alegrar un buen rato. Es como uno de mis más mezquinos placeres, el más egoísta y uno de los más oscuros: tomar una gaseosa fría arriba del colectivo repleto en un día muy caluroso. Ya me dijeron de todo, pero aún así me gusta.
Duermo en una mezcla de sensaciones que no voy a describir. Mi sueño se volvió algo que no puedo entender del todo.

Pero no es tan malo. Tanto frío me volvió sensible a las fuentes de calor. La oscuridad de la noche me enseño a disfrutar de la luz de la luna, a fluir con su suavidad y su naturaleza cambiante. Mi nueva dieta me hace disfrutar de las buenas comidas. Y reflejarme en otros mundos me hace sentir el valor de aparecer en los créditos.
Después de todo soy un búho. Abrazar este vuelo solitario es aceptar mi propia existencia como una auténtica vida. Me tocó ser algo diferente. Un antropobúho. ¿Qué tan terrible puede ser?

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