sábado, 22 de marzo de 2008

Cuentos para Manuel/1

La Estrella
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Hubo una vez, que no es de esas veces como tantas otras, sino sólo UNA vez, que nació una estrella especial. Porsupuesto, en el universo hay millones ellas (incontables tal vez para nuestros ojos humanos), las hay de todos los tamaños y agrupadas de tantas maneras distintas; una más al montón podría ser como una gota más en el mar... pero ésta no.
Sucede que las estrellas pueden nacer en cualquier momento y sumarse a todas las viejas estrellas que andan por ahí. Algunas siguen un camino preciso (ya conocemos eso de la vía láctea ¿no?), otras vagan rumbeando por aquí y por allá sin tener muy sabido a dónde ir y las hay también que tienen su ritmo diferente y brillan cuando se les dá la gana... esta estrella no era ninguna de ésas.
Sin más vueltas, la naciente estrellita era especial y empezaba a iluminar un rinconcito del universo de un modo muy particular. El momento en que nació era genuino también, estaban sucediendo muchos cambios en el universo, que parecerían imperceptibles si ese día mirábamos al cielo y nada más; pero aquél que suele dedicarse a mirar las estrellas en las nochecitas despejadas, aquél que se sube al techo de la casa con una manta o que se tira en el pastito de verano simplemente a contemplar, se hubiera dado cuenta de que el cielo se mueve, se transforma. Algunas grandes estrellas se mudaban del vecindario de un planeta al de otro barrio (y todos los que alguna vez nos mudamos sabemos el revoltijo que eso ocasiona), las galaxias se acomodaban a los nuevos vecinos y las estrellas más viejas se quejaban de tanto cambio y tanto lío y también se mandaban a mudar, las estrellas jóvenes murmuraban y confabulaban estrategias para defender sus lugares, más predispuestas al cambio pero sin ganas de tanto barullo y muy firmes en su posición.
Justo por ese entonces nació la estrella sobre la que les quiero contar. Su repentina xistencia hizo que quedara medio enmrañada en toda esta revuelta estelar. Allí tuvo que crecer y aprender a ser estrella.
Lejos de generarle una dificultad, su historia la llenó de fuerza: tuvo que saber participar en los distintas galaxias y poder conversar con las estrellas de aquí y allá, pero siempre supo conservar su integridad. Ser sensible a las situaciones cambiantes de las mudanzas y revoltijos, presentándose siempre con su particularidad sin dejarse llevar por este murmullo o aquella confabulación. No le preocupaba la soledad, ese espacio era demasiado hueco para su alma de luz: cuando se quería asomar, la invadía de su esencia de estrella y nunca lograba instalarse en su interior. Estaba en todas las estrellas y tenía la luz de todas en su interior.
Es muy importante -para ser una verdadera estrella- la sensibilidad. Y esta estrella la tenía de sobra, podía percibir el amor y su ausencia a través de las miradas, podía reducir el universo a una chispa de alegría detrás de una estrella en duda y enseñarle a compartir ese amor que hay detrás de cada cuerpo celeste. Era parte de su ser y también de su alimento para seguir creciendo: esa necesidad de compartir las buenas y las malas y de sentirse parte de otra estrella y llenarse de afectos y llenarlos de luz, eso le daba más y más brillo y su rincón se veía hasta de día... por ahí titilando como un polvo de magia que te recuerda que hay que brillar, siempre.
Vale recordar (para aquellos que no son tan miradores de estrellas y noches despejadas) que todas ellas tienen corazón. Y muy grande. Quien reciba un poco de sonrisas, magia, brillos de una estrella es realmente afortunado; porque está recibiendo incondicionalidad y compañía infinita (bueno, seré sincera, las estrellas así como nacen también un día mueren, como todo en este universo, pero ese brillito especial es casi eterno).
Les cuento esta historia porque tuve la suerte de conocer esa estrella, recibí un abrazo de su radiante luz azul. Primero pensé que era una más de todas, brillando por ahí entre las canciones del grillo. Unas cuantas veces no le hice caso, me distraje con algún cometa o contando estrellas fugaces, mirando al cielo sin mirar.
Los cometas pasaron y pasó la noche fugaz, las estrellas de hoy ya no estarían mañana. Entonces ahí estaba perseverante a la madrugada esa estrella del rincón, despertando mi curiosidad. No era un impresionante cometa surcando el cielo, ni una velocísima lucecita fugaz, pero estaba allí y empecé a conocerla.
Tan insistente con su amor, se convirtió poco a poco en una luz fresca que irradiaba en mis noches y mis días ¡imagínense! yo tan poco estrella tenía a mi lado tanto brillo todo el tiempo... era tanta su compañía que a veces la sentía al lado mío en la calle, la escuchaba susurrar en las noches grises de tormenta, sentía se abrazo cuando caminaba sola. Así aprendí a ser un poco estrella también: a ser compañía, a ser luz, a ser oídos y abrazo pero también a ser yo. Tengo suerte, muchas personas la tienen, de haber aprendido a querer a una estrella como si fuera un hermano. Es más: ¡se los recomiendo! Abran sus corazones a los sueños de las noches.
Este joven corazón alado no deja de expandir sus fulgores en el universo. Aún está cerca mío pero también veo cómo divaga en las galaxias, abrazando personas a su paso, enseñando ese secreto que es su esencia y su fuerza (¿no lo sabés? deberías prestar más atención al canto de las estrellas...). Está conmigo, pero también anda por ahi. A veces me entristece esa distancia que nos separa, pero enseguida siento un cosquilleo de adentro -un manojito mágico de mimos- que me recuerda su presencia.
Cuando tengo un rato libre, me dedico a soñarme en la noche durante mucho tiempo, reuniéndome con las estrellas... y paso de visita y camino por ese mar blanquecino que envuelve al mundo acompañada de un latido eterno y me desvanezco, cayendo a pedacitos en la tierra, suturados por polvo de estrellas.

2 comentarios:

Fernando García Pañeda dijo...

Al parecer, las estrellas contagian su luz, sudulzura, su propia existencia.
Gracias por expresar así esta hemosa idea.

Anónimo dijo...

¿A vos te parece bonito? ¿No sabés que tu hermano lagrimea?
Sabelo, mi pequeña hermanita, que te quiero demasiado(te quiero tanto como lo colgado que soy, así que muuuucho), sabé que te extraño pero que me pone feliz saber que estás haciendo lo que te gusta, que estás murgueando, haciendo swing, saber que podés escribir así... y espero que sepas que tu hermano loco, perdido, colgado y hacedor de chistes malos en potencia(ojo, que igual te reís) va estar siempre acá o allá, en el este y oeste, en el medio y en el costado, pero siempre va estar con vos. Te amo hermana hermosa!!!


manu Álamo....(Raíz)