martes, 5 de julio de 2011

Ejército de bicicletas



Un ejército de bicicletas avanza lento por las diagonales. Conocen las reglas pero las rompen, se pasan indefectiblemente semáforos en rojo, atraviesan la calle de derecha a izquierda para cruzar por la plaza y giran en u en las esquinas. Con su tranquila estrategia se cuelan entre los autos y los colectivos, con el manubrio casi rozando los espejitos, con el pie apoyando sobre el borde de la vereda, adelantando un poquito de la senda peatonal para tomar envión. Cruzan a mitad de la calle, avanzan en contramano hasta en calles, como la diagonalcita de bellas artes, que pareciera imposible pasar entre las veredas y los coches en movimiento. 

Broches agarrando el pantalón, medias a mitad de pantorrilla, polleras, botas, cascos y mamelucos. Las bicis son caleidoscopios en la mañana, girando la linealidad del tránsito, multiplicando los colores de unos cuantos fragmentitos de día. Bufandas hasta las narices, gorros, guantes de colores; la tropa le escapa al viento helado y atraviesa el paisaje de árboles desnudos.

Por la tarde el ejército vuelve, esquivando transportes escolares produce una pausa en la calle. Un punto intermitente que se va con el semáforo en verde, perdiéndose en el horizonte de una plaza. Lentitud que se transforma en ventaja, la respiración helada de vapor y los cachetes colorados, pequeña ola de movimiento que transcurre sin ser vista.

Las bicicletas son hormigas, son también pájaros. Van de a una, de a tres, en fila. Van. Viajan por el cemento como si del otro lado estuviera el mar o la montaña. Movimiento celular, ínfimo, que socava espirales en la planicie de la calle.  


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