viernes, 17 de septiembre de 2010

Sobre sobrevivir a las condiciones académicas

            El pequeño hilo de respiración dibuja columnas heladas en el aire, muevo un poco la punta de los dedos para no perder sensibilidad mientras atravieso el pasto ralo y húmedo de la rambla. Cuando voy para la facultad tengo que caminar hasta la rotonda para poder tomar el 202. Es mediodía pero el sol no alcanza a entibiar, lentamente saco un pedacito de chocolate del bolsillo de la campera, el papel metalizado se rompe aún más por la torpeza de mis manos enguantadas. Hay una señora y un señor en el banquito que me miran cada tanto, no se cómo se aguantan de estar sentados en el frío metal de la parada. El hombre prende un cigarrillo que me obliga a moverme un poco más atrás, tengo tantos nervios que podría vomitar sólo de sentir el olor a tabaco. Se me revuelve un poco el estómago pero trato de no prestarle atención. Aflojando una tira de la mochila, abro el bolsillo y saco el estuche de los lentes mientras tanto abro el bolsillo grande y busco los resúmenes. 


            Me tiemblan un poco las piernas y ya no sé si es el frío, el hambre de dos días o los nervios. O todo junto que es peor.  dónde había dejado la billetera?> Pase señor, está bien. Buen día, uno noventa por favor. La voz me sale finita, si fuera un amigo no me reconocería. Vuelvo al apunte esta vez temblando más, subir significa estar un poco más cerca de llegar, por suerte da muchas vueltas. Empiezo por lo más difícil, el resto algo más me acuerdo, aunque si llego lo vuelvo a repasar. Me marean las vueltas a las plazas pero miro hacia mis pies y tomo aire profundamente, tengo que seguir hasta último momento sino la conciencia me carcome. El miedo también. 


<…pteroesfenoides en peces, pleuroesfenoides en reptiles, aliesfenoides en mamíferos ¿ya estamos en 60? uf, qué rápido se pasa el tiempo, quién diría de vuelta acá y encima seguro soy primera, bueno tranquila… respirá profundo, qué olor a choripán que me descompone, si la gente que pasa supiera de este volcán que me está matando por dentro ¿cómo me veré?> El caminito de tantos años ahora es una eternidad, el edificio de ladrillos se acerca a mí solemne, se yergue como un monumento al terror. Cuánto quisiera estar entrando a un bosque de coihues y lenguas y no a este laberinto conocido y sin salida a la vista. Bueno, basta de pensar que se me borra la información. 

            Respiro. 

            De una mirada rápida no distingo a nadie conocido así que me voy a la portería y pregunto directamente. Cuando llego ahí está de vuelta la Profesora ¿Cómo estamos hoy? me dice y sonríe y no emito más que una sonrisita que con un poco de suerte disimula el gruñido interno. Me desaprueban de vuelta y me muero. Bueno, es una materia, en la vida hay cosas más importantes. Pero no me jodan, que bastante me ha costado la decisión de venir otra vez. 

            Esperamos a que llegue el profesor. Gente, yo me voy al solcito a repasar, que estoy un poco nerviosa. Si supieran que estoy que me muero. De nada sirve, revuelvo las hojas, las miro, las doy vuelta, paso a la siguiente, esto ya está. Será lo que tenga que ser .
            ¡Arias! Los pies me hacen entrar al aula casi por inercia, ahora sí me doy cuenta que no es el frío lo que me está paralizando y eso que estamos a fines de junio y casi llovizna.

            Una hora y pico después salgo temblando, creo que aprobé. Mis compañeros me miran y yo intento sonreír creo que aprobé  les digo en voz baja por si las dudas. Sale la Profesora y me devuelve mi manoseada libreta, bueno a preparar otra. Un cuatro. Los muy forros no se contentaron con un dos la mesa anterior. Ya fue, aprobé. No puedo festejar. Cuento un poco lo que me tomaron y empiezo a caminar. 

            Una menos -para transformarme en antropóloga social- una biológica menos. 

            La calle me parece ajena, extraña de hace tanto que no la caminaba así como si nada. Quisiera gritar pero me da vergüenza. Gritar y aullar y patalear, de pura bronca no de felicidad. Qué difíciles que te hacen las cosas, por favor. No dejes que te ganen, me había dicho él la noche anterior. No señor, no me van a vencer, llegaré a la locura tal vez pero no pienso doblegarme ante el maldito sistema. Lo hago en parte, qué contradicción, aceptando esta condición de sufrimiento. Deben ser las cuatro y el frío no para, voy a caminar así me caliento un poco el cuerpo, tengo hambre pero no puedo comer de lo cerrado que está el estómago. Hace dos días no engulle decentemente.

            Camino como vagabunda, mirando a los ojos a otros transeúntes, escuchando charlas ajenas, cualquier cosa con tal de no pensar por un rato. No-pensar. Pero cuánto que me costó, por favor. Desde febrero leyendo cosas sin sentido para la vida. Como una serie de imágenes, de esas que suceden en las películas, repaso mentalmente el momento en que fotocopié el Romer, mi telegrama de renuncia al trabajo y la charla con el ahora ex-jefe “pero avisá cuando te recibes” me dijo, los días enteros con la compañera de estudios, los dibujos en la pared (el cráneo del crosopterigio que estuvo desde el principio pintado a colores), los desvelos, las pesadillescas alucinaciones nocturnas, el dos y un poco de llanto. Ahora acá, caminando por la calle como un ser normal de regreso a mi casa. Pensando en todo aunque quisiera en nada, aunque sea por un rato. 

            La vida de estudiante alienada del mundo me ha devorado unas cuantas neuronas más, me sacó unos pocos callos en los pies y el último mes una verruga en el dedo que aprieta la lapicera. Igual estoy contenta, no sé si por el final o por saber que pude aguantar una más, lo que significa que hay una menos. 

            ¿Qué me (nos) espera del otro lado? Cuando tenga el título enmarcado o enrollado en una caja y lleno de telarañas, ¿seré un poco más libre?


(Qué fastidioso que se ha tornado todo, qué horrible me siento, qué horrible extensión de esta experiencia se enrieda y entreteje sobre la vida académica -como una hiedra venenosa, como una red pegajosa- cuando se mira el camino desde el costado)


junio de 2010

(Este texto fue publicado por primera vez en letercemonde.com. Podés verlo haciendo clik acá)

1 comentario:

Búho dijo...

Espeluznante. Perdon, pero no encuentro una palabra que lo describa mejor. Leer esto supuso un erizamiento de mis pelos y un revoltijo en el estomago(esto ultimo se puede deber, probablemente, a los tallarines con salsa y wasabi de recien).
No se lo que se siente, pero me puedo imaginar. Y para mi, vos nunca vas a pertenecer al Partido. Compartis algunos rituales obligatorios, como los dos minutos del odio, pero vos por dentro sos Goldstein. Uno de verdad.
Te quiero, querida hermana!