domingo, 5 de septiembre de 2010

ántropo/parte1

¿Cómo se dieron las cosas de esta forma? Yo era un charco y tierra, cerca de un árbol que a veces daba frutas. ¿Estaba llorando? No por fuera, pensándolo bien. No me acuerdo mucho, estaba sentada en una mesa vieja, como todas las mesas y sillas. Y yo no era más que un charco, pero me gustaban los libros. "Perfume", leía, era una edición nueva con la imagen de la película en la tapa. Espantoso. Pero un buen libro, de los mejores que he leído. Y sobre la mesa reposaba un señalador de El Ateneo. Lo reconocí por el logo, presente en muchos de mis libros recientes. Es curioso. Me acuerdo de eso, y de la quemadura, probablemente de cigarrillo, en la madera a pocos centímetros de su mano izquierda, pero no me acuerdo su nombre. Ni si tenía nariz grande, o aros en la oreja. Tampoco sus ojos, pero su mirada. También su expresión, bah, todas sus expresiones. Cuando la vi por primera vez, era otra persona en un antro medio lleno de gente, como todas las noches. Otra ocasional bebedora de cerveza, fumadora, fiestera, deprimida, aburrida, divertida, estudiante, trabajadora, o lo que fuese. A medida que mi vaso se vaciaba y Juan lo cambiaba por uno lleno, mi atención cambió. Siempre observo a la gente, desde afuera. Por eso soy un charco. No soy menos agua que ellos pero no fluyo con ellos, ni tampoco tengo la importancia de los lagos, los ríos, los océanos; pero igual venimos de la lluvia, más grande, más chica, más antigua, más nueva. Es indiferente. Aunque eso era antes. Ahora soy otra cosa. Después de observar a cuatro extranjeros cantando, tres chicas riendo estrepitosamente, seis amigos hablando con las cabezas muy juntas en el centro de la mesa y dos jóvenes besándose, volví a verla, y esta vez noté que leía un libro. Es raro que la gente lea libros en un bar. Aunque, por otro lado, cada vez se hace más difícil ver a la gente leyendo algo que no esté en una pantalla. Podría haberle dedicado más tiempo, pero en ese momento prendí un puro y me distraje con el humo hasta que el sabor se había vuelto empalagoso y la lumbre me quemaba los dedos. Después me terminé lentamente lo que quedaba en el vaso, pero no pedí otro. Y en esta tercera ocasión, noté que estaba sola y tomaba un Michel Torino Colección. Un rico vino para el invierno.
Después de hablar un buen rato del libro que acababa de terminar, de literatura en general, de la cuál mis conocimientos son escasos aunque hablé mucho de los pocos libros que leí y ella hablaba poco de los muchos que leyó. También hicimos algunos comentarios de política reciente y de causas del desastre mundial, pero nuestro gran tema fue las personas y las sociedades. Por suerte no hablamos del clima. No hay conversaciòn más vacía que la del clima. Fue un tema acalorado, teníamos el mismo pensamiento pero lo encarábamos de puntos diferentes, algo que no me suele suceder. Me gusta pensar que también fue apasionado.
Fueron unos besos suaves, sin ningún tipo de tensión o de diferencias en la marcha. Aflojaba mucho el alcohol, por supuesto, pero tengo la convicción de que también se debía a que sabíamos bien lo que pensábamos, a que estábamos de cierta forma sincronizados en ese "momentáneo lapso de razón" y a que estábamos agotados de discutir. Y por más que los dos teníamos la certeza de que había algo fuera de lo normal, el amanecer se lo llevó todo. Su libro, mi bebida, la conversaciòn, los besos y finalmente su cuerpo. Juan cerrò el bar a las siete y media, y por primera vez desde que voy a ese antro, es decir mucho tiempo, me tuvo que pedir que me vaya. Esta ciudad puede ser muy somnífera a la mañana. La luz mortecina, las calles vacías, los pocos ántropos que se deslizan por la superficie, algunos terminando y la mayoría empezando. Me senté en una plaza, y casi al instante mi ropa se humedeció por el rocío matutino congelado. Los primeros rayos hicieron que la madera del banco en el que estaba desprendiera un fino vapor. Y casi repentinamente, con los recuerdos y el alcohol golpeando mi cabeza, me di cuenta que ya no era un charco. Ahora me deslizaba lentamente por un fino hilo de agua hacia el lago, donde me esperaban miles de ex-charcos, millones de gotas y la promesa de peces nadando y bichitos reposando sobre . Me sentía más lleno, pero no más completo o mejor equilibrado. Estaba como rellenado de oxígeno, pero me sentía bien. A pesar de ser aire.
¿Es esto lo que esperaban para ? ¿Tanto que me argumentaron sobre esto valió la pena? Es una rara encrucijada. Esto lo leí en un libro. ¿Estoy mejor ahora? ¿Fue mejor para ser un charco o ser lago? Ahora puedo sentirme una parte, ser menos individuo. Pero sospecho que no la voy a volver a ver, y si lo hago probablemente sea con términos diferentes. ¿Cómo me pudo afectar tanto alguien a quien ni siquiera llegué a amar? ¿La intensidad del momento? Probablemente sea que ella fue la primera en mucho tiempo que me hizo sentir un ántropo otra vez. Todavía no sé si agradecerte.


Degustá también: Ántropo/parte2


2 comentarios:

Humo dijo...

A veces, cuando me dan a leer algo y me gusta, me siento en la obligación moral de hacer un comentario incisivo, artístico, ingenioso. Pero esto me deja sin palabras, se merece simplemente un aplauso que dure horas y se termine sólo porque ya no hay más manos.

Anónimo dijo...

Amo tus pensamientos.