Ubicado por fundamentalismo en la barbarie -y a mucha honra- mi presente se configura en ese espacio de enunciación heterogéneo que ocpuan mis 23 (casi 24!) años de experiencia bajo el yugo del reloj a cuerda.
Mitad ñona mitad fiestera, me convierto en una monstruosidad frankesteiniana de origen incierto. Mi creador es un sujeto múltiple y repleto de contradicciones: padres arquitectos y cordobeses (una madre humanista que me enseñó a sembrar jardines y un padre con fantasías de revolucionario que me legó el espíritu libertario).
Tres hermanos únicos e increíbles (una hadita pequeña y traviesa, un sensible álamo-poeta y una tristefelíz hermana-pez), que me extrañan y los extraño, y tengo un inventario infinito de momentos bellos para mantenerlos cerca siempre.
Amigos de todos los colores, mutantes, extraterrestres, que van y vienen y por suerte siempre hay.
La Institución Universitaria, el inicial motivo de mis últimos años en la torcida ciudad diagonal, se encarga de escriturar mis ideas y de transplantar signos de interrogación a mi constante descubrimiento del mundo. De hacerme antropofágica poco a poco.
La murgosfera de purpurina que me enseñó a volar entre los edificios...
La Casa Hippie que está llena y vacía, me acompaña y me olvida, me importa y no. Cíclicamente fiesta y estepa.
Resultado: un patchwork de artsistas salvajes e indecisos que rematan pinceladas y retoques constantemente.
Amante del amor pero irremediablemente soltera.
Pongo a mi disposición la elasticidad del tiempo pero lo uso todo para los demás, y cuando me tocaba a mí, suena la alarma del despertador y me vuelvo postergable.
Y La Colombina... ése es mi yo-espejo. Es la muchacha de buen porte, exitosa y despreocupada. Es quien enamora a Pierrot perdidamente, pero se escapa en los carnavales con un ocasional Arlequín.
Finalmente; no hay en verdad ningún Pierrot cuando se baja el espejo y si figura algún Arlequín en la diatriba seguramente ni se enteró de mi colombina situación.